viernes, 17 de agosto de 2007

Noches Blancas

Noches Blancas es un relato del maestro Fiodor Dostoievski publicado en 1848, antes de su exilio en Siberia, por lo que corresponde a su primera etapa creativa.
A pesar de que esta obra no ha sido tan reconocida como Crimen y Castigo y El jugador, cualquier lector puede apreciar el talento que poseía el Maestro para adentrarse en la psicología de sus personajes. A decir verdad, sin Dostoievski no hubiera existido gran parte de la literatura del siglo XX.
A continuación dejaremos que espíen un fragmento de uno de los diálogos entre el Narrador y la bella Nastenka.


- ¡Uf! ¡Qué prólogo, Dios mío! ¿Qué es lo que oigo?
- Lo que oye usted, Nastenka (me parece que no me cansaré nunca de llamarla Nastenka), lo que oye usted es que en esos rincones viven unas gentes extrañas: los soñadores. El soñador -si se quiere una definición más precisa- no es un hombre ¿sabe usted?, sino una criatura de género neutro. Por lo común se instala en algún rincón inaccesible, como si se escondiera del mundo cotidiano. Una vez en él, se adhiere a su cobijo como lo hace el caracol, o, al menos, se parece mucho a ese interesante animal, que es a la vez animal y domicilio, llamado tortuga. ¿Por qué piensa usted que se aficiona tanto a sus cuatro paredes, indefectiblemente pintadas de verde, cubiertas de hollín, tristes y llenas de humo inaguantable? ¿Por qué este ridículo señor, cuando viene a visitarle uno de sus raros conocidos (pues lo que pasa al cabo es que se le agotan los amigos), por qué este ridículo señor le recibe tan turbado, tan alterado de rostro y en tal confusión que se diría que acaba de cometer un delito entre sus cuatro paredes, que ha fabricado billetes falsos, o que ha compuesto algunos versecillos para mandar a alguna revista bajo carta anónima en la que declara que el verdadero autor de ellos ha muerto ya y que un amigo suyo considera deber sagrado darlos a la estampa? Diga, Nastenka, ¿por qué no cuaja la conversación entre estos dos interlocutores? ¿Por qué ni la risa ni una frasecilla vivaz brotan de los labios del perplejo visitante, quien en otras ocasiones ama la risa, las frasecillas vivaces, los comentarios sobre el bello sexo y otros temas festivos? ¿Por que también ese amigo, probablemente reciente, en su primera visita (porque en tales casos no habrá una segunda, ya que ese amigo no volverá), por qué también el amigo se queda azorado, lelo, a pesar de toda su agudeza (si efectivamente la tiene), mirando el torcido gesto del dueño, quien por su parte ha tenido ya tiempo para embrollarse por completo tras los esfuerzos tan titánicos como inútiles que ha hecho por avivar la conversación, por mostrar su propio conocimiento de las cosas mundanales, por hablar a su vez del bello sexo y aun por agradar humildemente a ese pobre hombre que allí nada tiene que hacer y que ha venido por equivocación a visitarle? ¿Por qué, en fin, el visitante coge de pronto su sombrero y sale disparado, habiendo recordado de pronto un asunto urgentísimo que por supuesto no existe, una vez que ha librado la mano del cálido apretón de la del dueño, quien trata en vano de mostrar su contrición y recobrar el terreno perdido? ¿Por qué el visitante, traspasada la puerta de salida, suelta la carcajada y jura no volver a visitar a ese sujeto estrafalario, aunque ese sujeto estrafalario es en realidad un chico excelente? ¿Por qué, con todo, el visitante no puede resistir la tentación de comparar, siquiera forzadamente, la cara de su amigo durante la entrevista con la de un gato infeliz que han maltratado, vapuleándolo y aterrorizándolo a mansalva, unos niños que, habiéndolo capturado insidiosamente lo han dejado hecho una lástima? Gato que logra por fin meterse debajo de una silla, en la oscuridad, donde se ve forzado a pasar una hora entera, erizado todo él, dando resoplidos, lavándose las heridas recibidas, y que durante largo tiempo mirará con desvío la naturaleza y la vida, incluso los restos de comida que de la mesa del amo, le guarda, compasiva, un ama de llaves...
- Oiga -interrumpió Nastenka, que me había escuchado todo ese tiempo absorta, con los ojos y la boca abiertos-. Oiga, yo no sé por qué ha ocurrido todo eso ni por qué me hace usted esas preguntas ridículas. Lo que sí sé de cierto es que sin duda todas esas aventuras le han ocurrido a usted tal como las cuenta.

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